CUENTO DE TERROR
Al abrir los ojos, solo había oscuridad, pero sabía que no estaba solo por los susurros, esos casi imperceptibles al oído, pero perturbadores para el corazón y la mente, esos que entraban en su cabeza taladrando hasta el fondo, haciendo vibrar su cerebro a causa de un miedo entonces desconocido.
Buscaba el celular en sus bolsillos, el encendedor, cualquier cosa que le ayudara a iluminarse, pero las manos le temblaban tanto, que cualquier cosa que lograra sacar, terminaba en el suelo antes de que pudiera saber lo que era.
El temblor de sus extremidades fue incontrolable cuando los susurros dijeron su nombre —Daniel, Daniel —una y otra vez, hasta convertirlo en un sonido constante que le robaba la cordura, y le arrancaba el aliento desde las entrañas, — ¡mírame!—se oyó un grito sordo desde lo más profundo de las tinieblas. Pero por más que voltease hacia todos lados, aunque hubiese algo que apreciar, él no podía ver más que oscuridad. Esa oscuridad que se metía por sus fosas nasales, llevando la negrura a su interior y carcomiéndolo por dentro.
Buscaba el celular en sus bolsillos, el encendedor, cualquier cosa que le ayudara a iluminarse, pero las manos le temblaban tanto, que cualquier cosa que lograra sacar, terminaba en el suelo antes de que pudiera saber lo que era.
El temblor de sus extremidades fue incontrolable cuando los susurros dijeron su nombre —Daniel, Daniel —una y otra vez, hasta convertirlo en un sonido constante que le robaba la cordura, y le arrancaba el aliento desde las entrañas, — ¡mírame!—se oyó un grito sordo desde lo más profundo de las tinieblas. Pero por más que voltease hacia todos lados, aunque hubiese algo que apreciar, él no podía ver más que oscuridad. Esa oscuridad que se metía por sus fosas nasales, llevando la negrura a su interior y carcomiéndolo por dentro.
Quería arrancarse la piel para que saliera de su interior, antes de que acabara con él, pero no parecía tener mucho sentido, si esas tinieblas también estaban a su alrededor, no había claridad alguna que le indicara a donde ir, ni una ráfaga de viento, solo los susurros, esos que insistían en pronunciar su nombre, y que callaban cuando uno se imponía ante ellos y gritaba — ¡mírame!—.
Entonces una pequeña luz, apenas un minúsculo destello, iluminando el lagrimal de su ojo derecho, fue suficiente para que recordara…aquel aparatoso accidente, su cuerpo que salía volando varios metros por el aire tras el impacto, para después despertarse en aquel lugar oscuro, los susurros no eran más que sus familiares llamándole, pidiéndole luchar, escapar de las tinieblas, abandonar el túnel de los muertos.
Fuente : leyendasycuentosdeterror.com.mx/
No hay comentarios:
Publicar un comentario