domingo, 26 de abril de 2015

Alan Moore se da a la tarea de probar que la muerte no existe en su novela “Jerusalem”

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Alan Moore, conocido por novelas gráficas como “Watchmen”, se encuentra escribiendo su segunda novela, “Jerusalem”. Se trata de una oba gigantesca de 75 mil palabras programada para publicarse en el 2016. Moore lleva escribiendo esta obra desde 2008 y sostiene que en la novela, que trata de la ciudad de Northampton, donde vive, comprueba que la muerte no existe y el tiempo es una ilusión.

Moore, quien además de ser uno de los autores más populares de cómics, es asiduo practicante de la magia, en la tradición de John Dee, ha tomado en serio la idea de que la ficción es una forma de crear una realidad paralela y de canalizar mundos invisibles. “Jerusalem” parece ser una incursión en la literatura alquímica, siguiendo libros como “Finnegan’s Wake” y “Ulysses”, de James Joyce. De hecho uno de los capítulos es una recreación del lenguaje de Joyce y “es completamente incomprensible” dice Moore. Otro capítulo está escrito como si fuera una obra de teatro de Samuel Beckett y narra las visitas que realizó el también secretario de Joyce a Northampton para participar en un partido de cricket (cuando escribes una novela de 75 mil palabras puedes concentrarte mucho en detalles como esos).

He llegado a pensar que el universo es un sitio de cuatro dimensiones en el que nada cambia y nada se mueve. Lo único que se mueve a lo largo del eje del tiempo es la conciencia. El pasado sigue aquí, el futuro siempre ha estado ahí. Todos los momentos que han existido o existirán son parte de de este gigantesco hiper-momento del espacio-tiempo”, dice Moore. Esta visión cosmológica recuerda el Timeo de Platón, donde se dice que “el tiempo es la imagen en movimiento de la eternidad”, sugiriendo que la temporalidad es una característica ilusoria o al menos secundaria de la realidad inmutable que es la eternidad. Es también la intuición mística por antonomasia: que todos los tiempos son uno solo.

No hay duda de que la novela de Moore promete contener una buena cantidad de delicias filosóficas y lingüísticas. Claro que para degustarlas habrá que ser valientes y leer esas 75 mil palabras, algo que se antoja muy difícil para las nuevas generaciones acostumbradas al “fast-food” literario.
Fuente: pijamasurf.com

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